Un equipo de investigadores del King’s College de Londres, el Imperial College de Londres y el Instituto Alan Turing ha creado más de 3.800 corazones digitales anatómicamente precisos para estudiar cómo influyen factores como la edad, el sexo o la obesidad en la salud del corazón. Este hito científico, publicado a finales de mayo, marca un paso decisivo hacia la personalización del diagnóstico y tratamiento de las enfermedades cardiacas.
Estos llamados “gemelos digitales del corazón” son réplicas informáticas basadas en datos reales procedentes de resonancias magnéticas, electrocardiogramas y registros del Biobanco del Reino Unido, así como de pacientes con enfermedades cardiacas. Gracias a ellos es posible analizar funciones difíciles de medir de forma directa, de manera no invasiva y a gran escala.
Uno de los hallazgos más relevantes es que la edad y la obesidad alteran las propiedades eléctricas del corazón, lo que ayuda a comprender por qué incrementan el riesgo de enfermedad cardiaca. Además, el estudio aclara un punto que durante años ha sido objeto de debate: las diferencias en los electrocardiogramas entre hombres y mujeres no se deben tanto a variaciones en la conducción eléctrica, sino principalmente al tamaño distinto de sus corazones.
Las aplicaciones clínicas de esta tecnología son muy prometedoras. Los gemelos digitales podrían permitir a los profesionales ajustar con mayor precisión los tratamientos y dispositivos cardiacos a cada paciente, optimizar la eficacia de los fármacos y diseñar nuevas terapias adaptadas a distintos perfiles poblacionales.
El profesor Steven Niederer, uno de los líderes de la investigación, ha destacado que este avance abre la puerta a estudios más amplios y a una medicina de precisión real en cardiología. En la misma línea, el profesor Pablo Lamata subraya que contar con miles de corazones virtuales facilita la comprensión de cómo interactúan los distintos factores de riesgo en la salud cardiovascular.
Para los pacientes y la ciudadanía, este avance es doblemente importante: por un lado, representa una innovación médica real que puede mejorar la prevención y el tratamiento de la principal causa de muerte en el mundo; por otro, ayuda a desmontar algunos mitos, como la creencia de que las diferencias de género en cardiología son exclusivamente “eléctricas” o innatas, cuando la evidencia apunta más bien al tamaño cardiaco y a condicionantes de salud.