Más que de un bulo en particular, mi planteamiento en este artículo es el de reflexionar, sobre que “malas consejeras son las prisas” y más cuando se trata de pacientes y salud pública.
Uno de los grandes desafíos que se presentan en esta pandemia mundial y crisis sanitaria sin precedentes es la búsqueda de una vacuna eficaz y su producción en masa. Esto sin duda permitiría controlar la infección y la enfermedad y con ello volver progresivamente a nuestra vida anterior. Pero hasta que llegue esa situación ideal, y ante la escalada de casos y el colapso de los sistemas sanitarios, se antoja clave la búsqueda de tratamientos o terapias farmacológicas que pudieran controlar la infección, reducir su sintomatología y disminuir las tasas de mortalidad. Sé perfectamente que este contexto no nos eximiría de la toma de medidas de higiene y distanciamiento y que incluso el riesgo de infectarse persistiría, pero la sola idea de pensar que la enfermedad no provocase la terrible cantidad de fallecidos se me antoja como un paso enorme en nuestra lucha frente a la pandemia.
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Cautela ante los medicamentos frente al COVID-19
A lo largo de estas últimas semanas se han ido conociendo una lista de posibles fármacos que podrían ejercer algún efecto farmacológicos o terapéutico sobre el coronavirus o la enfermedad. De todos es sabido el listado de medicamentos entre los que destacan antivirales, corticoides, agentes que actúan sobre el sistema inmune u otros con actividad variada.
La cloroquina e hidroxicloroquina
Hay dos de estos fármacos que me han llamado poderosamente la atención. La cloroquina e hidroxicloroquina y el antiviral remdesivir. Los dos primeros agentes farmacológicos, son conocidos en el ámbito de enfermedades infecciosas, ya que son medicamentos muy empleados contra el paludismo o malaria. Desde el inicio de la crisis sanitaria, grupos clínicos de Francia fueron publicando pre-prints (trabajos científicos sin evaluar por pares) con algunos datos prometedores. Los resultados eran muy, muy preliminares, pocos pacientes y algunos sesgos metodológicos, pero suficientes para que el gobierno francés primero y el estadounidense después, en boca de Donald Trump, se hicieran eco de la relevancia de estos medicamentos milagrosos. Incluso leí alguna noticia de posibles intereses económicos del presidente de Estados Unidos en alguna compañía fabricante de la hidroxicloroquina. Bien, pues unas cuantas semanas después, se multiplican los artículos con más pacientes evaluados que parecen indicar como la cloroquina e hidroxicloroquina no parecen tener eficacia alguna y sí, por contra, importantes efectos adversos, muchos ligados al aparato cardiovascular e incluso alteraciones pigmentarias en la piel.
El remdesivir
Otro caso es el del remdesivir. Se trata de un antiviral que pertenece al grupo de los análogos de nucleótidos. Fue desarrollado por Gilead Sciences como un tratamiento para la enfermedad del virus del Ébola y las infecciones causadas por el virus de Marburgo. Me resulta sorprendente y difícil de entender ese oscuro equilibro entre difundir noticias preliminares sobre eficacia del fármaco y la revaloración bursátil de la empresa en apenas unos pocos días. De hecho, la compañía subo en bolsa un 16% justo tras anunciarse en New England Journal of Medicine que el uso compasivo del fármaco en 58 pacientes daba resultados prometedores. Desafortunadamente, hoy me despierto con la noticia de que el medicamento no ha dado resultados de eficacia en un primer ensayo clínico. Las consecuencias económicas tampoco se ha hecho esperar y la empresa está cayendo en bolsa.